La otra cara de las Carretillas
La otra cara de las Carretillas. Un fatídico Accidente. Por Ana María Martínez Vela
Corría el año 1959 cuando la cuadrilla de José Carreño Mateos, el Judas, estaba formada por Luis López Martínez, el sobrino Martínez (sobrino del cura Juan Antonio López asesinado en la guerra civil), Casto Uribe el Pipa, Ginés Peña, Diego Reche el Marino… José Carreño, al volver del campo de recoger la oliva y entrada la noche, se dirigió a una casa de la calle San Juan que le habían dejado para hacer las carretillas. La cuadrilla tenía gran ilusión ese año porque era el primero, y José, al ser el mayor de los tres amigos, era el más experimentado y actuaba de maestro. Su intención era sustituirlos para que se fuesen a cenar. Era un día de invierno, con un viento horroroso y un frío que helaba las palabras.
Luis llegó a la casa y se encontró a Diego, Ginés y Casto. Este último estaba moliendo en la torva unos dos kilogramos de pólvora. Luis se encontró a sus amigos con la camisa “arremangadas”, pero él no se quitó la chaqueta porque todavía tenía frío. Diego, Casto y Ginés salieron de la habitación, permaneciendo solo José y Luis solos. Sin darle tiempo a Luis a moverse, sentado en el banquito bajo y sin quitarse la pelliza, repentinamente sobrevino una tremenda ráfaga de luz que concluyó en una colosal explosión. Todo sucedió en segundos. Ocurrió lo que en estas tierras alguna vez hemos oído: -“cuidado que no vaya a caer una china en el mortero al manipular la pólvora”-. Al sentarse José y comenzar a picar cogió una chinilla, pegó un chispazo y seguidamente se produjo la imponente explosión. José se tragó literalmente el fogonazo proveniente del estallido.
A estar en magas de camisa, no tuvo protección ninguna, por eso de la cintura para arriba se le iba la piel a trozos. Luis se puso las manos en la cara, lo que le evitó mayores quemaduras y, con esas mismas manos, también quemadas, arrancó la puerta de cuajo, que se había quedado encajada en el marco por la deflagración y salió a la calle como pudo a pedir ayuda. Casto y Ginés, casi en la misma puerta, se volvieron inmediatamente a ayudar a sus amigos. Juan, el Barbas, un gitano mayor del pueblo, lio a José en una manta y lo llevó rápidamente a casa de don Adolfo, el médico. La noticia del accidente, corrió “como la pólvora” y nunca mejor dicho, por todas las calles del pueblo. Los vecinos salieron prestos a intentar ayudar a los dos muchachos accidentados.
El pueblo entero se movilizó. D. Adolfo vendó a José hasta la cintura y decidió que, dada la gravedad de las heridas, lo trasladaran a Lorca. Los facultativos del hospital vieron que el vendaje de D. Adolfo era lo mejor que se le podía haber realizado y, puesto que sus heridas eran irreversibles, lo mandaron a su casa. Al conocer la noticia, sus amigos se fueron a su casa y sacaron su cama a la calle para transportarlo al interior para causarle el menor daño posible. Se avisó también al párroco del pueblo, D. Manuel San Juan. Cuando llegó, los hombres lo pasaron del coche a la cama, el sacerdote le impartió los Santos Sacramentos y allí mismo expiró, en su cama, en la puerta de su casa y entre los suyos. Paralelamente, a Luis lo curó también don Adolfo y lo mandó al hospital de Lorca. A él si lo dejaron al menos unos dos meses. Al volver a Cantoria, fue este mismo facultativo el que continúo haciéndole las curas en todo el proceso que duró años. Tenía 21 años en el momento del accidente y con 24 años aún le sangraban las manos. No pudo hacer la mili, ni trabajar en muchos años.
Cuadrilla de José el Judas (último de la derecha con el vaso en la mano). Casto es el único que aparece fumando; Ginés Peña, el que sostiene la botella y está bebiendo del vaso.
Casa de Juan el Barbas (Calle San Juan) en la actualidad, donde transcurrieron los hechos. Imagen: Decarrillo
María Carreño, hermana del fallecido, con su marido Miguel el electricista y su hijo José Juan en la primera comunión de este. Colección: Antonio García