Leyendas
Mari Felix Gea
San Antón y el fuego
El protagonista de nuestra historia es un campesino tan pobre que su bien más preciado y su único medio de sustento era una burra. Esta estaba preñada y un día se puso de parto en el corral. El tema se complicó porque la cría no venía bien, ante la creciente preocupación de su dueño que se encomendó en ese momento a San Antón pidiendo ayuda. Estando el hombre rezando para que todo saliese al fin bien, de pronto vio como su casa que estaba al lado del corral empezó a arder con fuerza cubriéndola al momento en llamas. Muerto de miedo, clamaba al Patrón: “San Antón que te he pedido ayuda y mira lo que me has mandado, ahora lo voy a perder todo”. Y diciendo esto se apareció San Antón y moviendo el brazo derecho en dirección a la casa cogió todo el fuego con la mano. Luego la burra dio a luz un borriquito y todo se arregló. Por eso San Antón se le representa con una llama de fuego en la mano derecha.
Cuando San Antón se estaba muriendo
Era costumbre de antiguo que a media noche se tocaran las campanas de la iglesia para dar la comunión a las personas que se estaban muriendo.
Un día a media noche, se oyeron repicar las campanas durante mucho tiempo y todo el mundo se acercó a la iglesia a ver lo que pasaba. Esta se encontraba cerrada, y hasta el cura acudió asustado por el estruendo con la llave en mano preguntándose que quien era el que estaba tocando de esa manera. Cuando abrió la puerta de la iglesia vieron que era un perro el autor de las campanadas. Una de las mujeres de las que estaban allí le dijo al cura “vamos a seguir al perro a ver donde va”. Todo el pueblo le siguió hasta un descampado, donde se encontraba San Antón acostado en el suelo moribundo. Una vez que el cura le dio la comunión, San Antón cerró los ojos y murió.
Leyenda de la Encantada
Hace mucho tiempo, por la Edad Media, por las afueras de Cantoria, por el camino alto siempre que pasaba algún caballero, se oía el canto de una bella mujer, y los caballeros quedaban encantados, desapareciendo no sabiéndose nada de ellos.
Decían que era una sirena que cantaba muy bien y con sus canciones atraían a los caballeros y los encantaba. Y si hoy se pasa por ese lugar en noche de luna llena, todavía se oye el canto de la encantada, se oye cantar a esa bella sirena.
El niño perdido
Un señor que vivía en la calle Álamo se fue a dar una vuelta a lomos de su caballo por el camino alto, antiguamente conocido por el camino de los muertos ya que pasa por la puerta del cementerio. Por el camino vio a un niño pequeño sucio y llorando que se notaba que estaba perdido o abandonado. Le dio mucha pena el chaval y no se lo pensó demasiado, lo montó con él y se volvió hacia el pueblo a buscar a sus padres. De vez en cuando miraba hacia atrás para ver como estaba el niño, y cada vez que hacía esto, veía a la criatura más grande, hasta que lo sobrepasó en estatura. El miedo se apoderó del buen hombre y exclamó: “¡En la séptima palabra que es María!”, y en cuestión de segundos este ente desapareció y no se volvió a saber nada más de él.
El niño perdido 2. Por Ana Guerrero
Todo comenzó a mediados del siglo XIX cuando un abuelo iba montado en su burra de camino al pueblo, el camino es el conocido como el camino viejo del cementerio. Este señor iba caminando cuando se encontró de repente a una niña pequeña sentada junto a un árbol que lloraba desesperadamente. El hombre le preguntó que qué le pasaba y el le respondió que se había perdido y no encontraba a sus padres. El hombre cogió a la niña para llevarla al pueblo. Al rato de ir caminando el hombre notaba que la mula iba cada vez mas cargada, iba más lenta y se cansaba más. Entonces miró hacia atrás y vio unas piernas arrastrando por el suelo. ¡Era el mismo Diablo!. El hombre le cruzó los dedos y el demonio desapareció sin dejar rastro.
Aparición de unas manos con largas uñas
Una mujer estaba lavando sola en el lavadero cuando se le hicieron las 12 de la noche. En ese momento estaba lavando unas sábanas y cuando fue a estirarlas para meterlas en el agua aparecieron unas grandes manos con unas largas uñas que rasgaron y rompieron la tela. Esta mujer asustada gritó “Ave maría purísima” y en ese mismo momento desaparecieron las manos y las sábanas quedaron como si no hubiera pasado nada y todo volvió a la normalidad.
La Madeja de lana
Un día, un hombre paseando por las afueras del pueblo vio la punta de un hilo de una madeja de lana y vio como seguía mucho camino delante de él, como si estuviera deshecha.
Este buen hombre pensó: “A alguien se le ha tenido que caer esta madeja, voy a comenzar a recogerla para llevársela a mi mujer”. Así que empezó a recogerla hasta que pronto hizo un gran ovillo y se la llevó a su mujer para que se hiciera unas medias.
Un domingo la mujer decidió estrenar la prenda para ir a misa y justo en el momento de entrar por el umbral de la puerta de la iglesia, las medias desaparecieron. Cuenta la leyenda que esa madeja estaba hecha por las brujas del lugar y al entrar en el recinto sagrado desaparecieron.
La rama del árbol de la pimienta
Un día estando su casa un joven se le presentó una bruja en su escoba, lo cogió y lo llevó volando por muchos lugares, fue un recorrido largo. Durante el trayecto cogió una rama de un gran árbol. Cuando el joven se encontraba de nuevo en su casa se dio cuenta que esa rama se había convertido en un pequeño árbol de la pimienta, una planta natural de la india.
La artesa que andaba sola
Un matrimonio, propietario de una cantina, tenía la casa en la parte superior el bar. Era una vivienda que ocurrían cosas extrañas, desaparecían cosas, se oían ruidos raros, en definitiva, pasaran cosas inexplicables. Esto le llevó a tomar la decisión de comprar otra casa para trasladarse. Cuando estaban preparando las cosas para mudarse se quedaron sin habla al ver que bajaba sola una artesa por la escalera. El marido preguntó a la mujer si veía lo mismo que él a lo que oyeron un voz que les decía: “que soy yo quien baja la artesa, esperarme que yo me voy con vosotros”.
Así que la familia pensó que si el espíritu que movía la artesa les iba a acompañar allí donde fueran, mejor quedarse donde estaban.
La campana de oro
En tiempo de la expulsión de los moriscos ordenada por el Rey de España, cuando tuvieron que abandonar la zona, enterraron muchas de sus pertenencias que no se pudieron llevar con la esperanza de regresar algún día. Con esta idea enterraron una campana de oro en el pago conocido como de “Capanas”.
Y para saber el sitio exacto donde estaba enterrada se llevaron con ellos un escrito y un mapa donde decía: “que por la situación del último rayo de sol, en el mes…, el día…, y la hora…”, ese era el sitio exacto donde estaba la campana enterrada. Este supuesto escrito lo conservan los descendientes de estos moriscos.
Muchos han sido los que han intentado en vano buscar el preciado tesoro pero hasta el día de hoy no ha aparecido nada.
La jarra con oro en polvo
Estando un agricultor en el campo regando su bancal, se quedó asombrado viendo como brillaba el agua que pasaba por la acequia. Cada vez era más brillante y más dorado. Decidió subir acequia arriba para ver de donde venía esa agua junto con otros hombres que se fue encontrando por su camino, hasta que vieron a lo lejos una jarra volcada saliendo de ella oro en polvo. Cuando llegaron al lugar ya estaba vacía. Era una jarra de origen árabe que seguramente el río desenterró y fue a parar a la acequia.