Estampas de una Feria por la periodista Blanca Espinar
La periodista almeriense Blanca Espinar Rosselló. Colección: Piedra Yllora
CUANDO BLANCA ESPINAR LLEGÓ EN TREN A CANTORIA
Blanca era una periodista que nació en Almería en 1920 y que después cruzó el mediterráneo para establecerse en Ceuta, donde aparecieron sus primeros trabajos. En 1941 se traslada a Madrid, ganando inmediatamente el primer áccesit en el premio "Concha Espina", para cuentos y firmas femeninas.
Tres novelas, un guion cinematográfico y su continua colaboración en periódicos y revistas como El Español, Arriba, Fotos, Fantasía, Bazar, Letras, etc.
Fue la encargada de transmitir para toda América la noticia del nacimiento del futuro heredero del ducado de Moctezuma, descendientes directos el último emperador azteca de México y pretendientes al trono de este país.
También fue una escritora que realizó multitud de artículos sobre lugares de interés de nuestro país, como el de Ibiza, que ayudaron a conocer las bondades del lugar y captar el interés de otros escritores y periodistas nacionales y europeos para que se interesasen por la isla. Así comenzó su despegue turístico atrayendo la parte mas bohemia de la cultura y la alta sociedad europea y americana.
Llegó a nuestro valle en ferrocarril el otoño de 1956 para continuar la serie "Tierras de Leyenda", que hizo sobre los pueblos del río Almanzora, coincidiendo con la feria de Cantoria, haciendo su parada en nuestro pueblo y continuando después por los demás lugares del medio y alto Almanzora. Estos escritos no se publicaron ese año, sino en junio de 1957.
Se trata de un extenso texto, que intenta abarcar lo máximo, pero al mismo tiempo redactado con un estilo muy ágil, con diálogos frecuentes, buscando entrelazar el dato informativo y la anécdota. Y aunque el escrito contiene algunos errores menores que veremos en cada apartado, es una crónica excepcional sobre nuestro pueblo en esta etapa histórica que transmitimos de manera literal a continuación.
GITANOS, MOROS Y TRATANTES DE TODA ESPAÑA EN LA FERIA DE CANTORIA
Estaciones trajinantes, gentes de siempre llevan grandes bultos e impedimentas. En el Ferrocarrilito Baza-Lorca da gusto viajar por el colorido y diversidad humana que se arracima en él. Da igual que se tome primera o tercera. En primera van gruesos tratantes de pellizas de cuello de piel, marchoso empaque y una vara a guiso de bastón, rematado por un puño de piel, oscuro por el roce de la mano. En tercera, familias enteras de gitanos que dicen unos que vienen de Burdeos; otros, de Barcelona, y otros aseguran que vienen del “moro”. A los gitanos les he visto comer sardinas arenques. A los tratantes, enormes tajadas de lomo y de queso, cortándolas con la navaja sobre un pan blanco y esponjoso: unos panes que llevan en talegas y que parecen, por los grandes, enormes panderos o ruedas de carritos de mano. He recorrido por el pasillo del tren una y otra clase. Al pasar por la primera me han dicho:
-Pero, señora, entre y tome acomodo. No es de ley que vaya usted de pie. Nosotros nos salimos al pasillo.
Y se levantaron varios jóvenes para dejarme buena anchura. Me quedé, pues, con los más viejos, que daban constantemente tiento a las botellas de vino tinto y hablaban de los miles de duros como de simple calderilla. He debido mirar con curiosidad el pan, porque me han dicho:
-Va a usted a probar un pan que quizá nunca ha comido.
-No no; de ninguna manera.
-No desprecie usted la buena voluntad, que aquí somos “mu sentíos” en eso.
Luego, por si tenía escrúpulo, me han ofrecido un pan intacto de la talega, uno que no habían tocado sus manos, una navaja limpia y me han hecho cortarlo yo misma. Verdaderamente, no podía rehusar, pues no probar algo que se ofrece es aquí la mayor ofensa que se le puede hacer a una persona.
Lo he comido con fruición. Era un pan delicioso y además, al comerlo me he dado cuenta de que tenía apetito. Me había levantado muy temprano, y con la prisa de alcanzar el tren no había hecho acopio de ninguna provisión.
-¡Eh! ¿que tal? -me preguntaron.
-¡Estupendo!
¿Ve? Es que en las capitales no comen ustedes las cosas tan naturales como en los pueblos. Esto es puro trigo. ¡Y si probara usted el pan de Lücar! Eso es lo nunca visto. Tienen especialidad.
-¿Dónde está Lúcar?
-Pues aquí cerca. Entre Tíjola, Armuña y Somontin. Tiene muy buenas minas de talco.
-A Tíjola si tengo que ir.
-Pues allí se lo darán. Ya verá usted, el mejor pan de España.
Cuando los tratantes se abismaron otra vez en contar entre ellos sus tratos, yo pienso en los nombres sonoros y desconocidos de estos pueblos de la cuenca del Almanzora que ahora voy recorriendo. A Tíjola le llaman “la Perla del Almanzora” y todo el mundo habla de su uva, de su agua y de su vega como de algo extraordinario. Y miro por la ventanilla. Efectivamente, todas estas tierras de la cuenca son opulentas y feraces. Diltadas vegas que se encierran entre abruptos cabezos. Y siempre atravesándolas y cerca del viajero, el río.
La Fonda de la Soriana se encontraba en la casa conocida actualmente de Juan Miguel, en la parte izquierda de la plaza. Colección: Antonio García Galán
A LA FERIA DE CANTORIA
El tren se ha detenido en Cantoria, y en Cantoria baja tratantes, gitanos y yo. Hay una vereda estrecha bordeada de casas con huertas de sembrados y frutales, que conduce el pueblo. Es como un pequeño camino familiar. Ya por él nos llega la alegría de Cantoria. Los altavoces de las atracciones de feria lanzan su música a todos los vientos. Desembocamos en una plaza donde se alza una monumental iglesia, y apenas si el bullicio me deja andar. Cantoria es un pueblo blanco, de hermosas casas, de amplias y largas calles llenas de bares y, sobre todo, de una definida y alegre fisonomía. No se sabe qué es lo que emana de este ambiente, pero parece que es el “duende” lorquiano, ese ángel o gracia especial que caracteriza a veces a las personas y a las cosas. Y estas calles, estas plazas, esta gente, este pintoresquimo del que me hablaron a lo largo de mi recorrido por Vera y Cuevas, como inherente a estos pueblos altos de la cuenca almanzoreña y que ya he encontrado nada más pisar aquí.
-Y no crea usted, no es por la feria. Es que Cantoria siempre es un pueblo muy alegra -me aseguran.
Pasan mujeres con grandes bandejas de fruta confitada. Es un trasiego que sale de cada casa.
-¿Que es eso?
-Es la famosa calabaza en dulce de Cantoria. En as casas ricas se hace para el consumo familiar, pero las mujeres artesanas de Cantoria la hacen para venderla. Se vende en toda la comarca y hasta llega a Almería, Granada y Murcia. Y ahora con la feria, no quiera usted saber... Todo el mundo festeja comiendo calabaza y todo los forasteros se llevan para sus casas. Tienen que estar haciendo este dulce durante todo el año, porque si no, cuando llegan las ferias no habría suficiente. Esta es una feria muy “soná”, de mucho rumbo. ¿Ha bajado usted al ferial?
-No, todavía no. Ahora iré.
Antes me fui a buscar alojamiento y tan pronto empecé a hacer indagaciones me di cuenta que no sé como podría dormir en Cantoria. Cierto es que estaba segura de que si visitaba a las autoridades del pueblo lo primero, podrían éstas proporcionarme un cómodo alojamiento en alguna casa particular; pero como tengo la arraigada manía, se puede decir, de recorrer el pueblo y ambientarme sola primero, pues no quería romper mi costumbre y así decidí seguir valiéndome por mis propios medios. Y fui a una especie de fonda con visos de posada que se llama “La Soriana”. Una mujer delgada y hablando un castellano cerrado, decía:
-¡Eh chicas!, acompañar aquí a los señores a la cuadra para que acomoden a las caballerías...
Allí se podían cobijar, pues los tratantes y sus bestias. Cuando la mujer terminó, vino hacia mi.
-Señorita, no hay ni una cama siquiera. La mía y la de mis hijas ya las hemos dado. Nosotros dormiremos hoy en sillas al lado de la lumbre. ¡Que le vamos a hacer! La feria es la feria.
-Pues yo también puedo dormir en una silla. La cosa es tener un techo, no me voy a quedar en la calle...
-No señora, que disparate. De eso ni hablar. Usted no duerme en una silla como nosotros. Yo ya he pensado en el remedio. Comed, comerá usted aquí y a dormir la llevaré a casa del sacristán, el tío José el Titos. Muy buena mujer la sacristana, ya verá. Gente muy limpia, aunque muy ancianitos ya. Y casi ciego el tío José. Se que tienen una cama.
-Oiga, y usted no es de aquí. ¿Como vino?
-Pues ya ve usted, las cosas de enamorarse. Soy de Soria. Ya sabe usted como queda de lejos de aquí. Pero mi marido fué a cumplir el servicio militar allí y os conocimos. Nos casamos y me vine, pero no he perdido la manera de hablar. Veinticinco años llevo. Estoy tan contenta. Esta es la tierra de la alegría. Y mire usted que tres hijas tengo, nacidas aquí, hijas del Almanzora.
Y como hijas del Almanzora, las tres muchachas eran tres bellezas esbeltas, delicadas, con tal señoría racial que cualquier director de películas, si llegara a aquí, las hubiera descubierto para el cine.
Puesto con los famosos dulces de Cantoria, en especial la calabaza confitada que tanta fama le dio a Cantoria. Colección: Familia Macías Sánchez
Las hermanas Juárez montadas en los cacharricos de la feria. Colección: Adora Juárez
“DI COMPRAO”. “DI VENDÍO”
He recorrido la calle de José Antonio, toda plantada de acacias. Luego me he ido al Ferial. Muletos negros preciosos, como de terciopelo; mulos, muchos mulos que son muy apreciados por su resistencia, y caballos y jumentos de todos los colores; jumentos de dulce mirar que palpan los tratantes entendidamente. Y uno dice, mientras yo apenas si puedo contener la risa al oírlo:
-Miren que animal mas fino. Yo he traído una burra para los amigos. Podéis llevarla a “conciencias”.
Pero el comprador es reacio. Todos son reacios. Pues la gracia de un trato en el Almanzora es estarse dos o tres horas sobre él. Hay el corredor, que es el que dice “el secreto”. Y no puede haber tratos sin “secreto”. Tan pronto tiene que decir el secreto al comprador como al vendedor. El intermediario se aparta con uno y otro y parlan, poniéndose al mano con gran misterio en la boca y en el mismo oído de su interlocutor. Nadie puede oír una palabra. Después de eso sacan un billete de veinticinco pesetas, de cincuenta o de cien, según se vaya aumentando el precio, y, tomando la mano del vendedor y del comprador, ponen el billete en medio de ellas y se las hacen estrechar fuertemente y tenerlas de esta forma mientras el corredor dice en el colofón de este rito: “Di comprao”, y al vendedor: “Di vendío”.
Estas dos muchachas en la plaza de la iglesia donde se solían poner los cacharricos de la feria. Colección: Consuelo Fernández
ME ENVÍA LA PROVIDENCIA
Pero si el vendedor quiere más y se niega a decir el ritual “vendío”, entonces vienen las maldiciones del corredor. Ahora yo estoy presenciando un caso concreto: tres caballos tordos tiene un muchacho rubio, grueso y de colorado rostro, al que llaman Baltasar y es de la vecina villa de Albanchez, pertenecientes al partido judicial de Purchena. Pues bien, Baltasar se niega y, además, se obstina en un irrompible mutismo.
-Vamos, di vendío.
Al fin, después de mucha espera, dice:
-No lo digo. Quiero más dinero.
Y el corredor estalla:
-Pues mala desgracia te entre y te entre en el corazón...
Yo doy un respingo creyendo que Baltasar va a arremeter contra el corredor por tal maldición. Pero no pasa nada. Es la costumbre. Hay que desearse males sin cuento para luego quedar tan amigos. Un trato sin secreto ni maldiciones no es un trato.
Más allá encuentro en otro trato al corredor, que, poniéndose la mano en el pecho, dice solemnemente:
-Todo es verdad y no hay engaño en esta mula. ¡La palabra de un hombre es la palabra!
De pronto el hombre repara en mí, que estoy muy cerca del grupo, sin perder detalle, y grita:
-¡Vamos, que haga el trato esta mujer!
-¿Yo...? - me asusto, retrocediendo.
-Si, usted, que parece que la ha traído hasta aquí la providencia. No parece usted de por estos pueblos. Es como si hubiera usted caído aquí no sabemos de dónde, como del cielo. Y por eso se hará lo que usted diga. Tenga un billete de cien pesetas; son veinte duros más sobre lo que estábamos tratando. Vamos a ver si tiene valor para decir que no el vendedor.
-No, no. Yo no sé.
-¡Que sí! No faltaba más.
Me han rodeado y no tengo escapatoria del grupo. Y, quieras que no, ponen el mano el billete y la mano del vendedor. Y tengo que decir: “comprao”. Y mi contrincante responde ceremonioso, fino y cortés: “vendío”.
Luego, todos los presentes vienen a felicitarme. Las mujeres que han presenciado la escena, por solidaridad femenina, aplauden. Y yo logro, al fin, dejar el grupo casi avergonzada. ¡Valgame Dios, que pintoresca feria la de Cantoria!
La familia de Paco Juárez en la plaza en una feria de la década de los 50. Colección: Adora Juárez
EL VINO DEL CERRO DEL FAZ
Tierras de pan y vino. Tierras de abundancia y de vegas espléndidas. ¡Y muchos que se crean que la providencia almeriense es un erial! ¡Que pena! Miles de trasacciones. Corre el dinero en Cantoria como el agua. Y por los gaznates corre el buen vino de 16 grados del cerro del Faz. Los bares y tabernas están llenos. Hay compradores de ganado de las más diferentes partes de España, y todos celebran este excelente vino. Uno de Vega de Pas les ofrece su vaso a dos musulmanes que han venido desde Orán a comprar ganado mular. Desde el rincón, donde en compañía de una de las hijas de la soriana tomo café y oigo decir:
-Pruebe ustedes este vino tan bueno.
Los musulmanes rechazan:
-No podemos.
-¿Y eso?
-Prohibido.
-¿Ni con un poco de gaseosa?
-Nada.
Y el buen santanderino mueve la cabeza dando a entender cómo no lo comprende y que, además, se pierden una gran cosa.
Luego, he pasado por grandes locales colgados de cadenetas de papel de colores.
-¿Para que se habilita esto? -pregunto.
-Pues para bailes. Son muy bailaores aquí, y la gente más divertida de toda la cuenca.
-¿Sí?...
-Ya lo creo. Y eso que tenemos esa industria tan fea... Vamos... Tan triste. Eso..., ¿sabe usted? Eso...
Y mi interlocutora no se atrevía a decir lo que era. Pero yo sabía que aquí hay dos fábricas de ataúdes. Los hombres humildes de Cantoria trabajan en el campo o en estas fábricas en las que se hacen unos féretros finos que se envían a diferentes provincias. Se exportan anualmente unos ocho o nueve mil féretros. También hay dos fábricas de serrar el mármol y otra de mosaicos.
Taller de Mármol de Pepe el marmolista que Blanca visitó y fotografió la imagen del Sagrado Corazón de Jesús para su artículo que se estaba realizando para la entrada de la iglesia de Cantoria. Colección: Consuelo Fernández
Y VA DE ROMANCES
El ferial de ganado queda más lejos. Pero propiamente la feria está en el centro, frenta a la iglesia. En barracas y tiovivos ponen para amenizar discos de Antonio Molina. Los chiquillos omen toda clase de golosinas. Una mujer coja que acompaña a un ciego pregona:
-¡Al bonito romance del Tuzaní, el moro enamorado!**
Y la leyenda del Tuzaní, un moro de Fines, es un hecho verdadero, ocurrido cuando don Juan de Austria anduvo guerreando por esta cuenca. Y ya contaré cuando llegue a tierra de Fines. Pero otro romance, el de Almanzora, me lo recita un viejo con el que emprendo charla. El hombre me explica cómo los de Cantoria resistieron a Aben-Humeya.
-Mire usted, se pusieron los moros a cercarnos por todas partes, y lombarda va y lombarda viene contra nosotros, y a todos los hijos de Cantoria firmes en sus puestos. Hasta las mujeres disparaban. Y va un moro mandado por don Fernando de Válor y se adelanta y nos propone: “Rendirsus”. Y nosotros contestamos - “Antes nos matamos tos”. Y lo hubiéramos hecho si nos toman y prendío fuego a las casas también.
-Como en Sagunto y Numancia -hablo casi conmigo misma.
-¿Que decía usted?...
-Nada.
-Teníamos muy buena defensa. Lo demás de la cuenca estaban más desamparado. Pero nosotros no, y tuvieron que irse sin entrar. Escuche el romance:
Lleno de cólera ardiente
Abén Humeya se halla
porque el marqués de los Vélez
venció a su gente en batalla.
Y saliendo de las Alpujarras
hasta el Almanzora baja.
Albox destruye y Alboreas,
del marqués muy estimadas,
a Zurgena y Partaloa,
sin dejar piedra ni casa.
Tan sólo deja Cantoria
por ser fuerza muy nombrada.
-¿Ve usted cómo este romance, que viene de padres a hijos, dice que no había quien nos venciese?
Y el viejo habla como si él hubiese tomado parte en aquella lejana lucha.
Luego, voy a ver esta impresionante iglesia cuyos cimientos los costeó el primer marqués de la Romana***, aquel que dio gran quehacer con sus divisiones a las tropas napoleónicas. ¡Que iglesia! ¡Que maravilla para un pueblo! Tres naves, una cúpula y dos torres. Las naves tienen la altura y severidad de las de la catedral de Burgos. Y no salía yo de mi asombro hasta que el párroco me fue explicando:
-El marqués de la Romana se comprometió a pagar los cimientos porque la primitiva iglesia se derrumbó con el peso de tantos siglos. Después, a la muerte del marqués, el gobierno de la nación se encargó de esta iglesia. La tomó bajo su protección para que llegara a ser esta gran obra que usted ve. También contribuyeron con sus importantes donativos todo Cantoria y la marquesa de Almanzora, que fue una protectora incansable.
** Para ver la historia del Tuzaní, pinchar aqui
*** No sería ese marqués, sino su hijo, el IV marqués de la Romana Pedro Caro y Salas, casado con con doña Tomasa Álvarez de Toledo, que una vez desamortizado los señoríos, ella heredó las propiedades de Cantoria y Almanzora de su padre, el marqués de los Vélez y duque de Medina Sidonia, siendo su marido el administrador. Mas información sobre la iglesia de Cantoria, pincha aqui
El sacristán José Titos con su mujer, que fue quien acogió a la autora de este artículo en su casa, ya que las pensiones y fondas de Cantoria estaban llenas con los tratantes de la Feria. Colección: Familia Molina Titos
LAS CARRETILLAS DE LA NOCHE DE SAN ANTÓN
Dos devociones hay aquí: San Cayetano y San Antonio Abad, este último patrón del pueblo y a quien se le dice simplemente San Antón. Pues bien, el día de San Antón tiene Cantoria una costumbre que es famosa en toda la cuenca: las carretillas. El secretario del Ayuntamiento, don Valentín González Briz, me dice cuando al fin lo conozco:
-El señor alcalde** es uno de los carretilleros de mayor entusiasmo. Como es soltero y joven, lo gasta bien, y a su cuadrilla no hay quien le pueda.
-¿Y que es ser carretillero?
-Pues verá usted, se juntan amigos por cuadrillas y todo el año están contribuyendo con buenas cantidades para el festejo este. ¡No quiera usted saber lo que es semejante cosa! Toda Cantoria parece que arde desde el día antes, porque la costumbre es empezar e día 16 por la tarde; así que es día y medio los que se pasan tirando las carretillas. Estas se hacen aquí de pólvora y pez, y cuando se prenden forman una llama tremenda. Las tiran por alto a las fachadas de las casas y es un gran orgullo para la casa a la que tiran más. La gente está en los balcones contemplando el espectáculo, pero previamente se han protegido las ventanas y balcones con telas metálicas para que no entre ninguna carretilla y queme a la gente que esté asomada. Porque las carretillas salen disparadas y como si volaran. Y los que están en la calle tienen que tener cuidado de no correr, porque si lo hacen, el aire que levantan ellos, las carretillas en vez de subir para arriba, salen detrás del que corre y al que logran alcanzar, imagínese usted las quemaduras que le hacen.
-¿Y cuanto gasta cada cuadrilla?
-Pues unas diez o quince mil pesetas de pólvora las de más rumbo. Es una cosa preciosa. Cantoria está iluminada de fuego y trepida de los estampidos. Yo no soy de aquí y me quedé sorprendido y divertidísimo. Al año siguiente hice venir a un sobrino mio desde Extremadura.
-¿Y es verdad lo que me han contado de la procesión de San Antón?***
-Desde luego, Auténtico. Pero el párroco anterior y este lo han prohibido. Fíjese usted que se encienden hogueras por todo el trayecto que atraviesa el Santo por el pueblo. Van a por él a su ermita unos cuanto hombres y muchachas; pero luego le sigue el pueblo entero. Y por dentro del casco urbano es cuando empieza la típica tradición, que no se ha roto, como le digo, hasta hace muy poco. El santo y los que lo llevan tienen que atravesar las hogueras, meterse completamente dentro de ellas. Los hombres, para poder resistir el fuego, se envuelven en mantas mojadas.
Y yo pienso que Cantoria debe de ser un pueblo feliz que se inventa diversiones extrañas. Porque lo tiene todo.
** El alcalde de 1956 fue Antonio Castro, que fue quien donó el solar del antiguo Convento al Ayuntamiento y a la Iglesia.
*** Información sobre la historia de la Festividad de San Antón. Pincha Aquí
Grupo de carretilleros en el año1953. Colección: José Antonio Fernández Zapata
DESPEDIDA
Cuando voy camino de mi alojamiento pasa un grupo de tratantes. Uno, de marcadísimo acento gallego, canta:
No vayas, no vayas
al cruce de Piedrafita.
No vayas, que puedes
hallar el amor...
Otro, que me dicen que es toledano, exclama de pronto: ¡Viva Cantoria!
Y es explicable que digan esto, satisfechos, quizá, porque por una caña gigante cobran aquí dos pesetas.
Procesión de San Antón en la década de los 50. Colección: Geno Encinas
PARA SABER MÁS SOBRE LA FERIA DE CANTORIA
Pincha en este enlace para saber más sobre la Feria de Cantoria