El Estraperlo
TESTIMONIO: El Estraperlo que yo conocí. Por Lázaro López Cazorla
Una tarde, en una mesa del Carrillo, le contaba a Andres (de Guadalinfo) que mi madre había sido una de las mayores estraperlistas de Almanzora. Estaba embarazadísima de mí y se pasaba el día llenando pellejos de aceite para que las estraperlistas de Alicante que venían en el correo de abajo, se llevaran la "mercancía" en el correo de arriba, para revenderla a los "capirrongos" de Alicante durante la noche y, a las seis de la mañana, vuelta acoger el tren correo para Almanzora y vuelta a llenar pellejos.
Le seguía contando, que Bernardo Ruiz, un famoso ciclista de los años 50, antes de ser ciclista profesional, con 16 o 17 años, venía todos los días en bicicleta desde Orihuela a Almanzora para llevarse un pellejo de aceite. A nadie de Almanzora le extrañó que cuando se acabó el estraperlo y a Bernardo Ruiz lo subieron en una bicicleta de carrera, sin pellejo, que fuera campeón de España.
La época más trágica que la España moderna ha padecido fueron, sin duda, los años cuarenta del siglo XX tras la Guerra Civil. La recesión económica hizo estragos en un país dividido, maltrecho, sin ilusión y sin hombres útiles para el trabajo. De los que habían sobrevivido a la guerra, más de 300.000 se exiliaron y otros tantos abarrotaban las cárceles y campos de concentración. El hambre y las enfermedades se extendieron por todo el país como una plaga bíblica.
En Agosto de 1939 se publica el Decreto de Racionamiento por el que las Delegaciones de Abastos facilitarían alimentos a toda la población en cantidades fijas diarias (raciones) que se controlarían mediante las cartillas de racionamiento. Pronto se comprobó que el sistema era un fracaso, bien porque las raciones no llegaban, bien porque carecían del mínimo valor nutritivo, o bien porque eran incomibles.
Como muestra de cuál era la situación, transcribo parte de un informe emitido por la Jefatura Provincial de Alicante en diciembre de 1940: "la situación es pavorosa, tenemos toda la provincia sin pan y sin posibilidad ni perspectiva de adquirirlo, aceite hace más de cuatro meses que no se ha racionado, otros productos no digamos. Prácticamente en la provincia seriamos todos cadáveres si tuviéramos que comer de los racionamientos de la Delegación de Abastos".
En una situación así, pronto floreció un mercado negro de productos alimenticios, principalmente, que vino a quitarles el hambre a las familias privilegiadas que podían pagarlo y que estaba realizado, en su mayor parte, por mujeres que más que saciar su hambre lo que realmente necesitaban era evitar a toda costa la muerte de sus hijos.
A ese mercadeo, al margen de la ley pero que de una u otra forma afectaba a todas la sociedad, se le llamó ESTRAPERLO y las mujeres que lo practicaban eran las ESTRAPERLISTAS, no existiendo un vocablo específico para definir a los hombres que participaban en él, lo que da idea de lo poco que intervinieron en este movimiento.
La palabra "straperlo" surge de manera popular de la unión del nombre de dos estafadores, Strauss y Perlo, que en el año 1935 introdujeron en España, sobornando a varios diputados, un juego de ruleta con mecanismo para que siempre ganara la banca y que al descubrirse casi llegó a tumbar la segunda república.
La estampa de Almanzora se mantuvo intacta durante unos doce años:
De madrugada llegaban los arrieros con los productos que durante la noche habían comprado en los pueblos y cortijadas de la sierra de los Filabres situadas en un área de hasta 40 kilómetros de distancia. Los productos que traían eran aceite, principalmente, y algo de harina, tabaco que los estancos no repartían en el racionamiento, pan, embutidos, jamones y quesos. El camino lo hacían de noche y por rutas poco transitadas para evitar a los guardias civiles que confiscaba las cargas. Como seria de rutinaria la faena y como estaban de compenetrados los animales que utilizaban para la carga y los arrieros que mí padre tenía unos burros que cuando les decía: "los ceviles", los burros salían corriendo y llegaban solos a Almanzora. Y si los burros cambiaban de camino es porque en ese camino había un control de la guardia civil.
Cuando los arrieros habían descargado sus cargas en las diferentes casas que en Almanzora se dedicaban al estraperlo (la Ramona, la Marisa, la Remedios, la Elisa...) empezaba la tarea de trasegar los líquidos y hacer bultos para que cuando llegaran las estraperlistas la faena de venta fuera lo más rápida posible. Entre correo y correo había que servir a un gran número de clientas.
A las 14 horas llegaba el correo. Con el tren en marcha, antes de que llegara a la estación, las estraperlistas arrojaban los bultos con pellejos vacíos al lateral de la vía y una cuadrilla de zagalones los iban recogiendo. Si el capitán de la guardia civil de Albox había venido a la estación, no vería ningún movimiento sospechoso.
Entre las 14:00 h. y las 16:00 h., que llegaba el correo de arriba con dirección a Alicante, el bullicio en Almanzora era espectacular. En ese tiempo se preparaban los bultos y, en carrillos de mano, los zagalones, buscando su propinilla, los llevaban a la estación y luego los metían en el tren.
A mí me llamaba la atención que a esas horas no hubiese en Almanzora guardias civiles y, sin embargo, que apareciesen por las tardes y que siempre vinieran con hambre. Cuando yo veía que en mi casa quitaban el hule y ponían el mantel, ya sabía que la comida no era para mí. Además que mi madre me había dicho que a mí no me gustaba el jamón.
Esa mayor tranquilidad de las tardes se alteraba cuando había operaciones especiales. Aparecía algún carro de tabaco, de aceite o de harina y había que despacharlo rápidamente. No sé qué marketing utilizaría mi madre pero por una puerta entraba el material, se pesaba, se envasaba y por otra salía hasta la orilla de la vía. Allí se guardaba hasta que venía el "tren mercancía", que paraba, aunque allí no había estación, se cargaban los bultos y rápidamente se iba.
En mi recuerdo, el estraperlo termina con la llegada de la leche en polvo. Los americanos empezaron a mandar alimentos a España que los ricos (y el clero) administraban muy bien y ya no necesitaban comprarlo de contrabando. La leche en polvo no les debía de gustar mucho (a los ricos y al clero) ya que era lo que pillábamos los pobres (y tampoco en grandes cantidades).
El estraperlo que yo conocí era un contrabando social de poca intensidad que solo sirvió para que comieran los que tenían dinero y para que subsistiéramos los pobres. Menos mal.
Cuando acabó el estraperlo se abrió la emigración a Cataluña y las temporadas de vendimia en Francia. Y menos mal.
Salvador López que con sus burras recogía la mercancía de los pueblos de la sierra que luego su mujer Elisa transportaba en el Tren. Colección: Lázaro López
Ciclista Bernardo Ruiz, venía todos los días a Almanzora desde Orihuela a llevarse un pellejo de aceite
Cartilla de Racionamiento
Elisa (izquierda) y Salvador en el comercio de su casa. Colección Lázaro López
Elisa Cazorla, fue el mejor ejemplo de Estraperlista, que no era otra cosa que llevar a un lugar lo que allí faltaba y traerse lo que aquí no había. Pero resulta en muchos de los artículos de primera necesidad, este comercio era ilegal. Colección: Lázaro Cazorla
¿Porqué viajan tanto los pobres?
En esta sección hermos querido incluir un artículo que se publicó en el Diario el Español del 13 de noviembre de 1943, firmado por José Antonio Pérez Torreblanca sobre el día a día de la línea férrea Lorca-Baza-Águilas en la dura posguerra, en la que la industria minera estaba en plena decadencia, subsistiendo este ferrocarril por el trasporte de viajeros y mercancías agrícolas. También hace referencia, y es lo curioso, de manera benévola el transporte ilegal de ciertos alimentos de primera necesidad, conocido como estraperlo. Un delito gravemente penado por las autoridades del régimen. A continuación transcribimos de manera literal el artículo:
He observado despacio -a una velocidad incompatible con las grandes catástrofes del rail- que el ferrocarril de España más sensible al latido de las tierras que pisa es ese modelo de transición entre la diligencia y el expreso, conocido en las guías por el nombre de sus tres modestas cabeceras de ruta: "Lorca-Baza y Águilas".
Cuando los ingleses financiaron aquella fatigosa nivelación por el valle del Almanzora arriba, para acercar al mar los minerales de hierro de Serón, eran tiempos de librecambio y de optimismo. El tren de vagoncitos pintados y provisionales dejó al pie de la sierra de los Filabres unas cuantas libras esterlinas, algunos importantes disgustos sociales y un pequeño y curioso ambiente cosmopolita-mineros ingleses, belgas y alemanes, con damas y todo-, que compensaban con humor y apetito netamente europeos las noches solitarias del barranco de Bononor.
Aquellas ilusiones mineras del tiempo de la otra guerra se desvanecieron con la crisis del 29. Fueron quedándose vacías las tolvas cárdenas y rojizas del mineral, y la última familia considerable que pasó por Huércal Overa fué la de don Federico Van Vevervoorde, un holandés bondadoso y cultísimo, absolutamente reconciliado con la memoria del gran duque de Alba, que en plena juventud había encontrado en Serón un millón de toneladas de hierro y el amor.
Desde entonces, el tren de Lorca a Baza fué neutralizándose con el trato de sus elementos autóctonos: la remolacha, el mármol y el esparto, por el lado del muelle de pequeña velocidad; y los recién casados, los pobres, los enfermos del estómago y la Guardia Civil, por el lado del andén de viajeros. Ahora es un tren resignado y algo filosófico que se ha dedicado a la familia. Cuando algún forastero deja en Alcantarilla los grandes correos para llegar equivocadamente a Granada por el valle de de soledad del Almanzora, el tren de Lorca a Baza se azora visiblemente, trepida con desacostumbrada impaciencia de obeso y gana dos o tres minutos sobre su habitual retraso para conjurar el desprestigio ante la gente extraña.
Entre Lorca y Baza camina el tren sobre un suelo más rico, acaso, en protohistoria que en valores cocinables. La Historia propiamente dicha -la de nuestra regeneración por la Cruz, la espada y el arado- no pasó, por abajo, de Lorca, con los caballeros visigóticos de Aledo y con la hueste de Alfonso el Batallador; y por arriba, de Baza, donde la Reina Católica puso por frontera de la Reconquista la buena tierra de regadío. Y el Almanzora se quedó pinzado medio para que D. Juan Siret fuera algún día a descubrir bajo sus arenas el origen remotisimo y absoluto de la cultura mediterránea. Ignoro, sin embargo que misterio de su orfandad histórica la gente que se cría en el brazo socarrado del Almanzora es, con toda su pobreza a cuestas, la más serena, bondadosa y esperanzada gente pobre que puede conocer un corazón de viajero.
¿POR QUE VIAJAN TANTO LOS POBRES?
Desde Murcia a Granada el tren consiente que lo sobrecarguen aglomeraciones de transeúntes en las que se evidencia de momento la falta de prosperidad. ¿Por qué viajan tanto los pobres? Ahora que el mundo no es un espectáculo divertido, es cuando los necesitados se ponen a practicar su turismo interregional y vagamente utilitario. El turismo de aquella línea discurre hacia los objetivos vitales del aceite de Baza, la harina de Guadix y la ciencia curativa de los catedráticos de Medicina de Granada. Con el riesgo de los dos primeros, la amenaza latente de la ley de Tasas proporciona a los viajeros una cierta exaltación aventurera de viaje mayor. Para un viaje entre Cantoria e Iznalloz, que sólo requiere una tarde de tren, el viajero humilde lleva consigo un equipaje fabuloso, destinado a regular con la mayor discreción posible el desequilibrio de la riqueza alimenticia entre Almería y Granada. Esas muchedumbres de viajeros pobres se apoderan pronto de vuestra simpatía no sólo porque os apercibis de que cumplen una misión colectiva de economía trascendental, sino porque con la esplendidez habitual en los menesterosos os rodean de bultos ricos y nutritivos; os sepultan bajo montones de harina candeal y os impregnan el gabán de riquísimo aceite. El tren de Lorca a Baza, además de ser una buena lección de parsimonia y de humanismo, brinda ejemplos emocionantes de la natural dadivosidad de los pobres.
La ciencia médica de Granada ya ofrece justificaciones más complicadas y sutiles. Una buena estadística de la patología del valle de Almanzora descubriría que el número de úlceras duodenales y de afecciones cardíacas es en realidad mucho menor que el de viajeros enfermos en los trenes ascendentes. Pero los médicos titulares saben que la terapéutica del pobre llega al milagro curativo con un viaje oportuno a la Alhambra -lo más lejos, a Lanjarón-, que abre los horizontes del ensueño a quienes más bien se mueren de confinamiento que de morbo. Los internistas y cirujanos de Granada-que tienen fama de ser hombres maravillosos reciben en el tren de Lorca a Baza un tipo de enfermo muy conocido, que para no morir sin haber subido a la torre de la Vela, utiliza el recurso de pensar que ya se está muriendo.
UNA SOCIEDAD PINTORESCA
Por eso, el tren del Almanzora-que siempre anduvo bajo el signo de la alegre pobreza, porque dicen que lo construyó una sociedad anónima repartida entre zapateros, sirvientas y cocheros de Londres -es el ferrocarril modesto de España que paladea más dichosamente sus ochenta kilómetros de via de ancho normal. Los pueblos, blancos entre los alcores tostados por la sequía, viven del aire bajo un sol tenaz y esplendoroso. Unicamente la palpitante alegria de la luz impide la desesperación geológica de ese paisaje de caliza y arena reseca. Llega un momento en que el cristal de la ventanilla -más limpio por la trepidación que por el agua- coge en medio, como único ser vivo en muchas leguas a la redonda, una higuera, una sola higuera pequeña y blanquecina, cuyos higos han de ser dulcísimos, mucho más que su sombra.
Y todo el tren se comunica cuesta arriba de una apacible resignación universal de los seres y las cosas con su pobreza. Las locomotoras, que tienen sencillos nombres vecinales en letras doradas -Almendricos, Zurgena, Cantoria-, están tan humanizadas, que acompasan su resuello según lo que cantan los viajeros y ceden el paso en los cruces a los borriquillos.
UN TREN SIN LITERATURA
Aquella literatura férrea y vertiginosa con que el romanticismo saludó la aparición del ferrocarril, perdió todo su empaque en el tren de Lorca a Baza. Se quedaron paraliticos los estrepitosos convoyes mineros que llamábamos «yanquis». Y ahora, todas las tardes, desde las verdes huertas de Serón -pues es en ellas y no en las minas donde el turista se reconcilia con la Naturaleza- se ve subir rio arriba un tren pequeño y jornalero donde viajan sin un solo suspiro de angustia los maestros de escuela recién casados, los especuladores modestos a quienes Dios perdona y los falsos enfermos que van a engañar a la ciencia médica de Granada para no morirse sin ver el mundo desde la Torre de la Vela.